domingo, 27 de marzo de 2011
En varias ocasiones pude sentir el calor de tus labios al rozar con lo míos,
como apasionadamente me agarrabas del cuello y entorpecías los besos con una estúpida sonrisa.
Nos acariciábamos y nos quedábamos abrazados el uno a la otra un largo tiempo.
Me encantaba cuando me cogías de la mano mientras me hablas, jugabas con mis dedos y bordeabas con la yema de los tuyos la palma entera de mi mano.
Me dejabas asombrada cada vez que conseguías que, tan solo con hablarme e intercambiar unas cuantas miradas, resurgiera en mi interior una hermosa sensación que ni la primavera...
Sobre todo, aunque lo niegue, me gustaba cuando me llamabas tonta y hacía que me enfadaba para que me rogaras y vinieras por detrás para abrazarte a mí pidiéndome perdón mientras me besabas en la mejilla.
Que tontos éramos, los dos, cuando nos quedábamos embobados mirándonos a la boca, y a la vez, surgía otra vez esa sonrisa estúpida.
Siempre acabábamos igual, besándonos como si lo fuéramos a hacer por última vez.
Y fue lo mejor que podíamos haber echo, porque un día cualquiera, sucedió, así como si nada, dejamos de vernos, ya no querías estar conmigo, nos alejamos y esos besos tan apasionados, esas miradas, esas caricias, esos abrazos eternos, desaparecieron de mi vida sin previo aviso...
Lucía Leal Fábregas.
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